martes, 23 de octubre de 2007

Mi Aeropuerto




Mi padre me llevaba algunos domingos a las cinco en punto de la tarde al aeropuerto. Allí mientras yo merendaba, veíamos aterrizar los pocos aviones que en aquellos años visitaban las pistas de mi Cuidad. El ruido de los reactores, el viento, la emoción del pájaro volador provocaba en mi estomago cosquillitas burbujeantes. Con asiduidad repetíamos el ceremonial en silencio. Muchas de las tardes, la espera era interminable, en aquellos lejanos días, los aviones eran puntuales, pero el tiempo era la fórmula actual elevada a una potencia cúbica. Mi madre pasaba el tiempo, ojeándonos y calcetando aquellas interminables labores que jamás se acababan como las que tejía Penélope.

Desde eses tiempos, he sentido una irrefrenable pasión por estaciones de ferrocarril y aeropuertos. Hoy en el de mi cuidad, después de la despedida, sentada tomando mi sexto café del día, meditaba los momentos tan románticos que mi cerebro asimilaba a mis idas y venidas. Mis llegadas y mis partidas siempre habían tenido un guión de carácter romántico. Los besos del reencuentro siempre cortos, sorprendentes, con intentos de testar las emociones. Los de la despedida, prolongaciones, fuselajes de bocas desesperadas ante la separación. Miles de sensaciones condensadas por el frenético ritmo de la terminal, por el ruido ambiental y por esa sensación de no saber si vienes o te vas.

Y hoy cuando ya desde el cristal de embarque su último beso choco frontalmente con el cristal de seguridad, supe instantáneamente que era una secuencia reiterativa en mi vida. Le quería aunque él jamás lo asimilará ni se lo creyese. ¿Sería ese su mayor castigo, nunca poder creer en ese amor? ¿Sería la definición del amor tan ambigua como la definición del arte? Esa misma mañana en el timecoffee le había preguntado a un pintor que trabaja conmigo: ¿Qué es el arte? ¿Técnica, concepto, expresión o contenido? O más bien ¿la firma cotizada de un artista? Difícil respuesta me dijo. Lo mismo pienso yo del Amor.

Volví mis pensamientos hacia mi taza de café y sorbí el último trago pensando en bajar rápidamente a casa. Traspasé las puertas giratorias y allí estaba él.

_ ¡Hola Carlos!
_ ¿Qué haces tú aquí? - ¿Y tú?
_ Vengo de las Palmas. Hemos tenido un problema en el puerto con un barco.
_ Venga, tengo el coche un poco más adelante. Te bajo a la Ciudad.

Afortunadamente para ambos, mi confusión al tomar la circunvalación en sentido contrario nos obligo a conversar durante más tiempo que los diez minutos previstos. Conversamos, nos relacionamos y todo lo demás.

Los aeropuertos siguen siendo lugares mágicos.

Besos viajeros.

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