domingo, 28 de octubre de 2007

El Viaje Sin Retorno



Impasible, me recomiendan todos que me muestre. Pero, ¿por qué? No puedo entenderlo. Porque me aconsejan eso. Y mi interior y esa rabia tan terrible. Ese fuego interno, histérico, que mana de mi interior .Me siento terriblemente herida, incomprensiblemente dañada, irracionalmente lastimada, insensatamente vulnerada. No puedo controlarme, mis hormonas se han desorbitado, mis emociones han enloquecido, mi razón ha huido a confines inexorables. Cualquier cosa, podría ya suceder. Soy un barco a la deriva, soy un pájaro mojado sin orientación, soy una marejada a punto de anegar la tierra en otra hora tan querida. Llamaré a Martha necesitó el consuelo de la palabra, el mimo de la oración, el sosiego de la razón.

¡Lo siento mucho, son las dos de la mañana pero no podía dormir!
¿Cómo que has estado en una cabina de un sexshop hoy por la tarde?
¿Y……..?
Martha me hizo sentar. Y disparé sin ningún tipo de pudor. Describí la llegada a la tienda sexshop. A el moreno dependiente que la saludó profesionalmente con una media sonrisa tranquilizadora. Subió intentando sujetar su corazón y ensordecer su ritmo cardíaco, aquellas empinadas escaleras que la separaban del placer. Muchas de las cabinas se presentían ocupadas por varones jadeantes, visionarios de escenas suculentamente morbosas, emitiendo jadeos entrecortados de necesidad. Se encerró en la número cinco. Aseguró el pestillo como precaución, antes había comprobado que el dependiente estaría atento a cualquier movimiento extraño de sus vecinos. Abrió ambos ventanucos para que a diestra y siniestra la visión fuese amplia. Se colocó concéntricamente de forma que la visión fuese clara y nítida, pero impidiendo todo tipo de roce, si es que algunos de sus colindantes osarán hurgar. Humedeció el dedo corazón, hasta su sentimentalismo la acompañaba en esos momentos. Deslizó suavemente el dedo entre su entrepierna y su tanga. En ese mismo momento se sintió ya observada.


Me disculpe de Martha sin que lo entendiese, le prometí comprarme el Rabbit, furor en todas las Ciudades, colgué y salí corriendo de mi apartamento. Las imágenes seguían en mi retina, se sobreponían como diapositivas veladas. La humedad de mi entrepierna corriendo hacía la rodilla. La erección de los pezones ante las miradas hambrientas de sexo. Mis labios erogenizados por la atmósfera lasciva del habitáculo. Mis nalgas pidiendo unas fuertes manos que las abriesen.

La psicoanalista del Centro Médico vuelve a intentar que me siente. No quiero, ni puedo. Intenta con un tono cadencioso desacelerar mi ritmo. Sus palabras comienzan a fijarse en mi cerebro. Las mujeres hemos sido educadas desde niñas en el tópico de que los hombres las deseen. El deseo en los hombres siempre es irrefrenable, indómito, inherente .¿Y cuándo eso no sucede? La psicoanalista continua elaborando la teoría de que es el mayor desprecio a la feminidad de una mujer, cuando es rechazada por un hombre. Quizás fuese un acto de venganza. Ofrecer lo que él había rechazado. Fue la huida desesperada sin retorno. Necesito sólo dormir. Dormir horas, días, semanas, meses.


Besos irrefrenables.

Lo más OUT: viajar a PORTO para entre miles de conciudadanos acabar en una tienda sueca. Y lo dice una gran fan de la firma, lo IN es visitar la de Petaling Java . Y de paso comprar el N95 está tirado de precio.

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